La musicalidad

Pervive, todavía, la creencia de que el estudio de la música va encaminado a la práctica de un instrumento. Si bien no infravaloramos la práctica instrumental, nuestra visión es diferente. Consideramos que antes de entrar en el estudio del saxo o el piano, por citar algunos instrumentos, tiene que haber germinado una cierta musicalidad en el niño. En este sentido somos seguidores de las tesis de Edgar Willems al afirmar que “el instrumento es el medio y la música es el fin”.

El sonido, uno de los principales elementos de la música, se encuentra ya presente en la vida intrauterina. La voz aguda de la madre sobresale dentro de un envoltorio de frecuencias graves y toma un significado simbólico y vital particular , siendo la única fuente sonora interna que va impregnada de matices emocionales y que se orienta de forma exclusiva hacia el bebé. Es sabido también que durante la gestación, el bebé vive acompañado del latido constante del corazón de su madre (algunos dicen que el latido del corazón materno tiene efectos calmantes en el corazón de los hijos el resto de su vida). Nos damos cuenta entonces que, al nacer, el bebé trae ya con él el tempo, base del ritmo, y un importante bagaje sonoro, todo ello impregnado de una intensa emocionalidad. Si entendemos la música como la combinación de ritmo y sonido con finalidad expresiva, tenemos ya en el neonato un sustrato con todos los ingredientes que lo predisponen a una vida con música.

Como explicó Maria Montessori en su obra La mente absorbente, desde el nacimiento hasta los seis años el niño tiene gran interés y curiosidad por lo que le rodea, una gran capacidad de aprender y de asimilar el mundo, sin esfuerzo consciente. El potencial físico e intelectual del niño no depende ni de los padres ni de los educadores; los adultos podemos ayudar si favorecemos un espacio que se encuentre en consonancia con las leyes que rigen el funcionamiento de cada pequeño ser humano. Desde este convencimiento, nos habla de los periodos sensibles, que son aquellas etapas que el niño pasa en un determinado periodo de tiempo, fase en la que tiene gran interés por determinados aprendizajes y que aparece instintivamente, de manera natural. Es cuando la mente del niño se encuentra en el punto óptimo para interiorizar unas determinadas habilidades y aprendizajes.

Hacemos nuestras las palabras de Catherine L’Ecuyer cuando dice « Si un niño está rodeado de estímulos que no se ajustan a sus ritmos y a su orden interior, entonces pierde la capacidad de admiración y pasa de aprender desde dentro hacia fuera, a esperar que le entretengan…». Su obra es reveladora para el mundo educativo en un momento en que las pantallas y los aparatos tecnológicos tienen un efecto devastador en el que sería un desarrollo saludable del niño tanto psíquica como físicamente.

Haciéndonos eco de las ideas de Willems, Montessori y L’Ecuyer queremos contribuir poniendo nuestro granito de arena. Proyectamos un espacio al alcance de niñas y niños, rincón de escucha atenta, de sorpresa y descubrimiento de sonoridades, de canciones, rimas y ritmos que se ajusten a la arquitectura de su mente joven; un laboratorio de ondas sonoras, de movimiento, de danza y de cantores, todo en el marco de la etapa sensorial oportuna. En definitiva, un lugar donde las experiencias sonoras no estén mediatizadas por ningún tipo de artilugio tecnológico, en el cual la vibración sonora, el movimiento y la actitud, amorosa y humilde, del adulto acompañando sean el alimento de su musicalidad.

Àngels Florit Juaneda